El yo desde un nivel de análisis de la conducta
1 Máster de Análisis de Conducta Aplicado al Contexto Terapéutico. Instituto Terapéutico de Madrid.
El atractivo narrativo del psicoanálisis y su nivel sobresaliente de penetración social ha hecho que sea un recurso publicitario en diversidad de artículos, libros, manuales y, en general, diversas publicaciones de máxima relevancia académica gracias a su carácter nematológico con la psicología. Aunque carente de validez como disciplina científica, este escrito recoge una invitación a la reflexión sobre la antinomia del yo desde una filosofía de la ciencia, convirtiendo a esta en un objeto de estudio.
Se propone conformar una explicación sin intención de caer en una suerte de regresión ad infinitum, por lo que nuestro punto de referencia propone que los átomos no agotan lo que es la materia, y no por ello deja de ser materia. Que aquello que surge de la materia no es un epifenómeno sin función y que post hoc, ergo propter hoc nunca será un argumento explicativo.
Desde el nivel de análisis que corresponde a la ciencia de la conducta, el objetivo será reconvertir a “una mente que piensa en una persona que piensa” (Skinner, 1975) rearmando y dando claridad a este término. Para ello haremos un recorrido por las principales aportaciones conforme al yo para finalizar en una explicación desde una perspectiva ontológica de su relevancia en su contexto terapéutico.
Yo como sistema organizado de respuestas funcionalmente unificado
Desde el conductismo radical de Skinner, es irónico, como comenta Staats (Staats y Carrillo, 1997), que no se hayan ocupado del fenómeno de la personalidad y sin embargo se incluya en diversos manuales de introducción a las teorías de la personalidad (Larsen y Buss, 2005; Cervone y Pervin, 2009; Bermúdez et al., 2011; Feist, Feist y Roberts, 2014). Esto refleja la falta de estándares referentes a lo que debe ser una teoría de la personalidad haciéndolas inoperantes y de carente utilidad (Feist, Feist y Roberts, 2014) y al mismo tiempo, paradójicamente, de imperante demanda social.
Para Skinner el yo no lo consideraba necesario para explicar la conducta, él creía estar sustituyendo las teorías de la personalidad con una nueva forma de entender la conducta (Cervone y Pervin, 2009). Esto ha suscitado ciertas dudas y posicionamientos encontrados entre los propios analistas de conducta incluyendo la perspectiva Skinneriana.
El análisis de la conducta verbal, sus funciones y contingencias explican los fenómenos asociados a la experiencia del yo. El yo es la conducta de conocerse mediante las contingencias que se despliegan en la comunidad verbal al hablar sobre un estímulo concreto, una síntesis autodescriptiva de la concurrencia de las diferentes condiciones de un organismo en un contexto sujeto a múltiples experiencias de aprendizaje dando lugar a diferentes grados de autoconocimiento, un repertorio de comportamiento proporcionado por un conjunto organizado de contingencias (Skinner y Ardilla, 1975). Conductas con funciones similares que permiten operar en contextos diferentes y que conceden control del propio comportamiento de la persona.
Es una base de contingencias a la que se está permanentemente expuesto, por tanto, su relevancia permanece ahí, en su función, contingencias explicativas que proponen un modo de comportarse o “ser” de manera pública o privada.
El yo desde una perspectiva fenomenológica conductual
“Si el yo es el problema, los fenómenos del sujeto son la solución”. Marino Pérez Álvarez (2004) plantea desde la perspectiva fenomenológica-conductual que el yo no es la conducta (aunque tampoco es algo distinto a ella), ni el “sistema organizado de respuestas” (Skinner, 1975) o de repertorios (Staats y Carrillo, 1997) y, mucho menos, un factor resultante de la pasteurización estadística. Parece rechazar una concepción pasiva del sujeto humano y pretende introducirlo como sujeto que opera y se desarrolla sin acabar, no en términos de potencia, dentro de un ambiente sociocultural e histórico determinado.
Replica la idea filosófica de Ortega y Gasset, del que se denota gran influencia en el texto, en donde rechaza la postura realista en cuanto a que, atender a los objetos mismos y no al sujeto que los conduce, es una actitud ingenua. Al igual que lo hace con el idealismo, en donde no se puede afirmar la independencia del sujeto frente a los objetos. Expresa una realidad radical, la coexistencia del yo con el mundo que hace que el yo no sea sin la cosa ni la cosa sin mí, pero desde una conceptualización de la función de sus conductas como efectos de sus acciones (contingencias) durante su desarrollo vital.
Para entender su propuesta del yo es necesario profundizar en los diferentes desarrollos que vertebran su idea. Primero explica el desarrollo de una identidad fenoménica y existencial, con base al propio cuerpo en cuanto al grado de seguridad que tiene el ser en su contexto habitual y con el lenguaje como componente discriminante. Estos elementos, no reductibles, son consistentes y esenciales en una reflexibilidad que repara en el sentido de su propia trayectoria como continuidad de conciencia.
Subrayando el aspecto fenomenológico del cuerpo, Pérez se mueve en su explicación desde un análisis sartriano. Confiere tres direcciones diferenciadas el cuerpo para mí (soporte de conciencia en un continuo vital); el cuerpo para otros (instrumento donde los demás operan) y el cuerpo como cosificación (facilidad o dificultad en los intereses de otros). El resultado deriva en la experiencia fenoménica, en la configuración del yo para Pérez, que resultan en el afecto más perturbador, la vergüenza y con el narcisismo como redentor de la presentación del propio cuerpo.
Esta construcción del yo a nivel social se mide en términos de seguridad ontológica o confianza con relación al contexto habitual en las situaciones de la vida cotidiana del individuo. Es desde aquí, la construcción fenoménica corporal y su seguridad ontológica, como el sujeto opera en línea a una dirección, trayectoria o estilo de vida como repertorios de conducta orientados a las contingencias. A partir de la trayectoria determinada funcionalmente se genera un continuo con dos extremos a evitar. Uno como la problemática asociada a un exceso de reflexibilidad psicológica, identidad incrementada que evade y aísla de la comunidad, o el fenómeno contrario al ser raptado por los intereses sociales.
Para Marino es fundamental reivindicar el concepto del yo (sujeto o persona) en el conductismo radical, ya que considera insuficiente su explicación e incluso menosprecio, al igual que ocurre en el resto de las tradiciones conductuales. El yo es una problemática instaurada como objetivo a demandar, lo cierto es que por aquellos que la tratan y dado que las contingencias no operan de modo determinista y mecanicista, sino de modo probabilístico y condicional sobre la conducta operante del sujeto, esto resalta los márgenes de decisión subjetivos y su posible entendimiento desde un planteamiento filosófico de las funciones claves en el comportamiento en un contexto social.
Relevancia del yo en su contexto terapéutico
En una sociedad determinada al reflejo del movimiento posmoderno, que no es más que el paroxismo del éxito de la modernidad marcado por un yo saturado (Gergen, 1997), se vislumbra el dilema de la identidad o dilema de la difusión, tal y como habla Erickson (1956) como la ausencia o pérdida de la capacidad normal para autodefinirse, reflejada en desajuste emocional en los momentos de intimidad física, decisiones laborales y competencias, y de un aumento de la necesidad de autodefinición psicosocial. Esto nos lleva a la emergencia de los “nuevos trastornos” bajo el rótulo de “trastornos de la personalidad”, entendiéndose como un repertorio comportamental (público y privado) proporcionado por un conjunto organizado de contingencias que puede entrar en conflicto con otro entorno estimular fragmentando el comportamiento en reforzadores desorganizados (Skinner, 1975).
Una historia de aprendizaje incongruente en su entorno próximo afecta al comportamiento autodescriptivo por las contingencias instruccionales mantenidas por su comunidad verbal. La expectativa de la falta futura de control de la ocurrencia de reforzado-res disminuye la capacidad para aprender nuevas respuestas instrumentales y con ello la inhabilidad para operar de manera ajustada sobre su entorno lo que conlleva una serie de dificultades. Esto genera patrones de comportamiento, susceptibles de modificación, etiquetados como patológicos por su falta de ajuste al entorno políticamente establecido como lo correcto.
Pudiéndose, en parte, considerar una consecuencia de la relativización de todo aspecto moral, la persona transita en una suerte de performance de su propia vida, de aquello que quiere ser, en donde deja de existir un continuo determinado por las vivencias y empieza a existir una actitud simulada de la misma. Esto es posible debido a una aceptación o, mejor dicho, permisividad del intelectualismo, que determina las nuevas contingencias facilitadas por un tsunami de filantropía compartida que desorienta y sensibiliza al individuo. Al animal humano se le ha invitado a jugar con el lenguaje y este ha hecho de él un juego tramposo y al mismo tiempo rígido y peligroso según la ficha del tablero con el que toque jugar. El placer se ha condicionado como un derecho y a quién se lo niega como un enemigo. No hay grises, no hay matices, no hay sublimación, no hay espera. Simplemente se es, sin haber sido entrenado en la frustración, sin un repertorio conductual que me mantenga en ello, bajo una instancia moral superior incoherente y enjuiciadora de los actos modelados.
La relevancia de la personalidad, el yo o la historia interconductual como conceptos que refieren a la historia de aprendizaje de un sujeto en un contexto, nos ayudan a entender y trabajar repertorios conductuales bajo parámetros de alta frecuencia, intensidad y duración, así como de sus operaciones de establecimiento. Esta perspectiva no nos aleja, al contrario, nos acerca a nuestro objeto de estudio confiriendo un mayor valor de análisis ideográfico bajo un marco sociocultural.
El yo en términos legos
Desde que nacemos estamos haciendo, interactuando con nuestro ambiente y este con nosotros. Esa constante interacción nos proporciona unas pautas de comportamiento sobre las que nos apoyamos permanentemente. Tal es ese nivel de apoyo que cuando, en algún momento, esas pautas de comportamiento no son reconocidas por los que nos rodean, o incluso por nosotros mismos, nos podemos llegar a sentir como unos extraños debajo de nuestra propia piel. Y es normal, así fue como aprendimos a “ser”, a comportarnos, a introducirnos en una sociedad que, con solo una etiqueta, tímida, divertida, extravagante o pensativa entre miles de ellas, ya sabían cómo tenían que actuar con nosotros, y nosotros con ellos.
¿Es que acaso no te gustaría que te comentaran el protocolo de etiqueta antes de ir a un evento? Y si cuando llegas al evento vestido como un payaso en el que entendiste que era un ambiente distendido carnavalesco ves que todos están vestidos con elegantes trajes de época y máscaras. Sí, acabas de descubrir que es un carnaval veneciano ¿cómo te sentirías? Posiblemente como un payaso, pero que no se te olvide que puedes volver a casa y cambiarte de traje o mantenerte en la fiesta con un muy buen sentido del humor. Cuando tu traje es el que te lleva, y no tú a él, es cuando solemos tener problemas, pero porque lo has entendido mal o te lo han hecho entender así. No somos un traje, tampoco un maniquí, somos lo que hacemos con ese traje y el hacer es moldeable, cambiante y por suerte, lo real.
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